Comentario
La preparación de la conocida como cuarta cruzada tenía como finalidad un nuevo ataque al delta del Nilo, bajo impulso veneciano. Su desviación hacia Constantinopla obedeció a móviles políticos y económicos: Alejo, hijo de Isaac II, ofreció a venecianos y cruzados una ayuda inmensa de 200.000 marcos de plata y 10.000 soldados para pelear en la cruzada si, previamente, restablecían a ambos en el trono imperial, del que Isaac había sido desplazado, en 1195 por su propio hermano Alejo. Tal propósito se cumplió gracias a la ayuda occidental en julio de 1203, pero las cláusulas compensatorias no se hacían efectivas y, en enero de 1204, un nuevo golpe instaló en el poder a Alejo V. Aquello precipitó la conquista y saqueo de la capital por los cruzados, en abril, y el reparto de la mayor parte del territorio imperial, atribuido a diversos nobles occidentales.
Venecia obtuvo nuevas ventajas económicas y de control político pudo comerciar directamente en el Mar Negro y mejoró su instalación en el Egeo, se reservó el "cuarto y mitad" de las rentas imperiales e influyó en el nombramiento del nuevo patriarca latino de Constantinopla. El título imperial se atribuyó a Balduino de Flandes, Bonifacio de Montferrato tuvo el de rey de Tesalónica, Otón de la Roche el de duque de Atenas y Tebas, y Guillermo de Champlitte y Godofredo de Villehardouin sucesivamente el de príncipe de Morea. Se consumaba así la fragmentación del Imperio y la sobreimposición de poderes extraños sobre una sociedad griega que, a pesar de su fuerte identidad, experimentó en mayor o menor grado su influencia. La Romania, nombre con que los latinos conocían al Imperio, fue organizada según principios feudovasalláticos que no sólo integraban a los mismos conquistadores y dueños políticos sino a buena parte de las aristocracias griegas locales, especialmente en los territorios donde se prolongó el dominio latino, por ejemplo en Morea y en las tierras de dominio veneciano aunque no se completó la compilación de los "Assises de Romanie" hasta 1333-1346, es evidente que la redacción había comenzado mucho antes, hacia 1210
Las resistencias políticas griegas se habían concentrado en el Epiro, donde Miguel Angel Comneno estableció un Despotado, en Nicea, sede de Constantino Láscaris y de los refugiados de la capital que le reconocieron como emperador, y en Trebisonda, donde una rama de los Comneno gobernó hasta 1468 e intentó, en un principio, mantener el control del tráfico en el Mar Negro, pues sus titulares se denominaban "basileus y autocrator de toda Anatolia, de los Iberos y de la Perateia" (Crimea), pero la llegada de los mongoles desde 1223 y la posterior formación del kanato de la Horda de Oro acabaron definitivamente con aquella pretensión tanto como el control del Mar Negro por los barcos de las repúblicas mercantiles italianas.
Los Láscaris, emperadores de Nicea, consiguieron recuperar paulatinamente gran parte del terreno perdido. Teodoro, emperador desde 1208, consiguió alguna victoria sobre los turcos del sultanato de Rum, aunque estos aprovechaban las circunstancias para ampliar sus dominios en el sur de Anatolia. Sobre todo, pacificó sus relaciones con la vecina Constantinopla -acuerdo de límites con el emperador latino Enrique I- en 1214 y con Venecia, que obtuvo un ventajoso tratado comercial en 1219. Juan II Vatatzes (1222-1254) aprovecho las dificultades de los turcos de Rum frente a los mongoles y el aislamiento de los poderes latinos de Romania pare llevar a cabo una política expansiva muy eficaz en la que buscó incluso el apoyo del emperador Federico II al casar con su hija Constanza. Las islas del Egeo volvieron a su dominio así como Tracia, Macedonia y Epiro, de modo que solo permanecían en manos occidentales el ducado de Atenas, el principado de Morea y la misma Constantinopla con su territorio próximo. Su hijo Teodoro II (1254-1258) continuó aquella política que alcanzaría sus objetivos principales bajo Miguel VIII Paleólogo (1258-1282), cuyos primeros triunfos fueron la anexión del Despotado de Epiro y el fundamental tratado de alianza con Génova (Ninfea, marzo de 1261).
Gracias a la flota y al apoyo genoveses, Miguel VIII recuperó Constantinopla (julio de 1261), las islas que aun controlaba Venecia, y algunos territorios complementarios. Génova, por su parte, tuvo libertad de comercio en los mares Egeo y Negro con privilegios mayores que los tenidos hasta entonces por Venecia, en un momento excelente pues la "pax mongolica" y las demandas del mercado egipcio aseguraban mejores posibilidades comerciales que antaño. Pero los vencidos de 1261 no renunciaron a restaurar la situación anterior: hubo guerra con Venecia hasta 1265 y, a continuación, Carlos de Anjou, dueño del reino de Sicilia, proyectó una ambiciosa política de cruzada que incluía la recuperación de Constantinopla, para lo que adquirió derechos del antiguo emperador latino, Balduino II, el apoyo pontificio (tratado de Viterbo, 1267), y el de Morea, Serbia y Bulgaria. Miguel VIII se avino a pedir la unión entre las Iglesias griega y latina ante el concilio de Lyon (1274) con tal de hacer frente al peligro y recuperar los territorios perdidos, y consiguió un periodo de tranquilidad hasta que en 1281 un nuevo papa, Martin IV, rehizo la alianza de Carlos de Anjou con Venecia, Serbia y Bulgaria pero el emperador rechazó las primeras ofensivas en Albania y Creta.
Al año siguiente, las "Vísperas Sicilianas" desplazaban la tensión al Mediterráneo occidental, precisamente cuando moría Miguel VIII: en 1282, la restauración de la independencia bizantina estaba consolidada, con la excepción de Morea y de las islas de la Romania veneciana, en especial Creta, Naxos y Eubea (Negroponto), pero la descomposición del sultanato de Rum, en Anatolia, permitía la génesis de nuevos poderes turcos entre los que estaba presente el germen de los futuros otomanos. El Imperio carecía de medios para oponerse a cualquier enemigo fuerte: su capital era una ciudad disminuida en todos los aspectos aunque de fortaleza casi inexpugnable; apenas tenía fuerza militar y menos aún marina, pues el comercio naval estaba en manos de genoveses y venecianos, asi como el control financiero y monetario. La historia de Bizancio en la baja Edad Media muestra, a la vez, la quiebra de su poder en relación con el estado de cosas anterior a 1204 y la continuidad de su potencia religiosa y cultural sobre países como Bulgaria, Serbia o Rusia, que no tenían lazos de dependencia respecto al arruinado Imperio de Oriente.